En los días del cuatro al ocho de octubre de 1963 el huracán Flora provocó tantas afectaciones en la zona oriental de Cuba, que es considerado como de las mayores catástrofes del siglo XX en el país.
Los territorios de las actuales provincias de Guantánamo, Granma, Santiago de Cuba, Holguín, Las Tunas, Camagüey y Ciego de Ávila, soportaron vientos con velocidad de 200 kilómetros por hora y dos mil 025 milímetros de lluvia acumulada.
Su errático paso por la zona ocasionó más de mil 200 muertos y decenas de miles de damnificados, así como provocó inundaciones y deslaves, daños materiales extraordinarios en la agricultura y las construcciones.
La trayectoria del meteoro sobre la Isla se tornó lenta e irregular, causó precipitaciones intensas y prolongadas que influyeron en el desbordamiento de los ríos.
Estos últimos convirtieron temporalmente los valles en lagos de gran extensión. Todos los cultivos y la ganadería desaparecieron de su entorno natural.
Quizás, semejante cuadro aterrador hubiera generado en otros países la incertidumbre generalizada y el descrédito de las autoridades.
Sin embargo, en Cuba ocurrió todo lo contrario, el entonces Primer Ministro, Fidel Castro, trasladó todo su equipo de gobierno para el teatro de operaciones y dirigió las maniobras de rescate y salvamento para impedir mayores consecuencias del fenómeno hidrometeorológico.
Entonces, la Defensa Civil ni siquiera había llegado a su primer año de constitución y la población y la economía cubanas eran muy vulnerables al impacto de los peligros, en especial los frecuentes huracanes que la azotaban.
La situación de ese tipo comenzó a ser contrarrestada con la formación de especialistas y la fundación de la Escuela Nacional de Defensa Civil (DC), que contribuyó también a enfrentar los actos de terrorismo provenientes de territorio de Estados Unidos.
Incluso, en la década de los años de 1960 surgió el concepto de la voluntad hidráulica, el programa de construcción masiva de embalses con el doble propósito de regular las inundaciones y almacenar agua para abastecer a la población y la agricultura.
El hecho cierto es que las experiencias y los estudios realizados después del desastre del Flora aconsejaron la elaboración de los primeros planes para el enfrentamiento a los huracanes con amplia participación popular.
Pero también es verdad que de 1966 a 1996 los ciclones tropicales experimentaron un período de relativa poca actividad y la DC estuvo obligada a dedicarse igualmente a combatir la introducción, desde EE.UU., de enfermedades exóticas.
Una de las más aberrantes acciones de las autoridades norteamericanas en su obsesión por destruir la Revolución fue el dengue hemorrágico, que en 1981 causó la muerte a más de 100 niños cubanos. (Por Lino Lubén Pérez, AIN)
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